martes, 3 de febrero de 2009

Por el buen libro y la lectura - Mons. Héctor Aguer



POR EL BUEN LIBRO Y LA LECTURA
Discurso inaugural de la VI Exposición del Libro Católico en La Plata
(1 de noviembre de 2004)



Otra Exposición del Libro Católico en La Plata, la sexta, se abre hoy para regocijo de los bibliófilos, atracción de los curiosos, interés y provecho de la gente piadosa, sorpresa de los indiferentes, indiferencia de los resentidos, y entretenimiento de los escolares. Gracias a Dios y al apoyo de muchas personas de buena voluntad, esta Exposición, que es una feria especializada y muy singular, se ha convertido en un acontecimiento cultural en la ciudad.

Entre los beneficios o ventajas que su realización está llamada a reportar puede señalarse una utilidad elemental: fomentar la cercanía, el contacto con los libros, y así animar a la lectura a quienes en los próximos días se avecinen a los anaqueles instalados en el Pasaje Dardo Rocha en esmerado concierto. No es poca cosa. Hace tiempo ya, venimos oyendo decir que la dedicación de los argentinos a la lectura ha decaído considerablemente. Y no es éste un problema limitado al interior de nuestras fronteras (¡vaya consuelo!)

Dos meses atrás, en Roma. La Asociación Italiana de Editores proclamó unos “estados generales” para debatir sobre la demanda de lectura y de cultura; en la ocasión se puso de relieve que los italianos leen poco y que su país se encuentra ubicado entre las cenicientas de Europa. Las estadísticas, si verdaderas, son crueles: en Suecia los lectores llegan al 72 por ciento de la población, en Finlandia son el 66, en Inglaterra el 63, en Alemania el 50, en Francia el 44,3 y en Italia el 42, tres puntos por debajo del promedio europeo. Pero todavía el porcentaje de lectores es menor en Bélgica, Irlanda, España, Grecia y Portugal. Los editores italianos se alarman al comprobar que en la península el 25 por ciento de los docentes no lee ningún libro, ni siquiera por distracción o pasatiempo.

Es verdad que al libro le ha salido al cruce una fuerte competencia: de la televisión se afirma, como lugar común, que aliena y aparta de la activa dedicación a la lectura, en cuanto al uso de los medios cibernéticos, sería prematuro aún sostener que éstos la fomentan. El despego del códice resulta ser, probablemente, la consecuencia de un complejo de causas, que no es del caso identificar ahora. Pero podríamos interrogarnos, eso sí, sobre lo que pasa al respecto en la Argentina.

Prescindiendo del cotejo de datos estadísticos, saltan a la vista algunas penurias culturales que se acentuaron en los años recientes, a la par que se agravaban la crisis general y empobrecimiento de nuestro pueblo. Se pueden detectar fácilmente problemas elementales de aprendizaje en los niños y adolescentes: leer, escribir y calcular con corrección ya no constituye el bagaje preciso que lleva consigo el alumno que completa el nivel básico de instrucción. Habría que computar, además, como saldo negativo, el número de quienes abandonan tempranamente las aulas. El analfabetismo, pleno, medio, funcional o como se lo llame es un fantasma que proyecta su presencia ominosa sobre el presente y el futuro de la cultura nacional. Se ha señalado repetidamente en los últimos años la incapacidad de comprender un texto que afecta a muchos jóvenes en el trance de ingresar a la universidad, como así también la insuficiencia de expresión de las nuevas generaciones por la pobreza extrema de su lenguaje; si los vocablos expresan ideas y en éstas se concreta el conocimiento de las cosas, se puede advertir la gravedad de la situación. La gramática y la lógica, ni qué decir de la retórica, se van quedando sin cultores. Se instala entonces en las almas un círculo vicioso, fatal: se lee menos a causa del fastidio que provoca la dificultad de comprensión y la abstinencia crónica del ejercicio de la lectura hunde más profundamente en la ignorancia. Así se va renunciando a la posibilidad de pensar con el propio seso y se aliena la propia libertad; el alma es hecha presa del “pensamiento único”, se torna víctima de la estupidez, de la perversión del juicio y de alteración moral que provocan en la sociedad los mercaderes de los “mass-media”, de los medios masivos de comunicación que resultan instrumentos eficaces de masificación.

En cualquier hipótesis, existe una necesidad social de promover la lectura y se puede reconocer fácilmente la oportunidad y el mérito de iniciativas tales como esta Exposición, sobre todo porque se trata en ellas de ofrecer buenos libros y de suscitar la avidez de sus potenciales lectores. En nuestro caso, lo que se exhibe es el libro que recoge los contenidos de la fe católica, de la cosmovisión fundada en ella, de la invención literaria, que en esa concepción cristiana del mundo y del hombre encuentra una fuente más o menos cercana de inspiración.

Junto a esta intención más genérica de propiciar el acceso de la gente a los buenos libros, nuestra exposición procura suscitar en los creyentes el deseo y el propósito de ir adquiriendo, mediante adecuadas lecturas –y si fuera posible mediante el estudio sistemático- una sólida formación intelectual y espiritual. Sólo así, provistos de una “forma mentis”, de un pensamiento y de un sentir cristianos, los bautizados podrán conservar su identidad religiosa y moral en el ambiente cultural contemporáneo, sobre el cual se ejercen fuertes influjos de descristianización.

Hace pocas semanas, el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, señalaba la acción de poderosos “lobbies” culturales, económicos y políticos, que cuentan con recursos abundantes, hacen gala de arrogancia y se mueven por prejuicio contra todo lo católico, y que intentan acallarla voz de la Iglesia y descalifican y marginan a los cristianos dispuestos a brinda públicamente testimonio de su fe o de la defensa del orden natural. Decía el cardenal: “Se puede insultar libremente y atacar a los católicos y nadie dirá nada, si se lo hace con las otras confesiones, hay que ver lo que ocurre”, y añadía que es “una manifestación de discriminación que viene de una democracia mistificada”.

La traza de un proyecto de este tipo, de una campaña, confabulación o conspiración para apartar a las multitudes de la fe cristiana y de la adhesión a la enseñanza de la Iglesia, no es menos visible en la Argentina. Resulta bastante claro que, tanto con medios indirectos cuanto con acciones formales, se procura arrebatar a nuestro pueblo la referencia a las raíces católicas de nuestra cultura y la vivencia de los valores que ella conlleva. Tendencias explícitamente anticatólicas se han ido imponiendo en círculos del poder político y cultural y sus manifestaciones se vuelven cada vez más frecuentes y más osadas. Los contenidos obligatorios que transmite el sistema educativo vigente, merced a su inspiración ideológica, difunden el relativismo ante la verdad y el orden moral; constituyen una reacuñación posmoderna del viejo laicismo escolar, más perniciosa que el original. Ahora arrasa con los derechos y libertades más genuinas la imposición totalitaria de una educación sexual basada en una antropología deficiente, que agravará con creces los problemas que pretende resolver. ¿En qué manos quedará la formación moral de los adolescentes argentinos?

La punta del iceberg del proceso al cual aludo se encuentra en los desafueros de la televisión, esa aplanadora del buen sentido y de la decencia, en la que los deformadores de opinión no ahorran críticas, burlas y ataques a la Iglesia, su historia, su doctrina y sus miembros (para lo que siempre encuentran un motivo); allí también el humor de mal gusto no omite la blasfemia. El poder hipnótico de esa máquina es tan fuerte que casi nadie advierte la malicia. El complejo de inferioridad que, curiosamente, mina la identidad de las mayorías, el temor de ser tachados de fundamentalistas y aquella indolencia espiritual que impide ponderar la gravedad del pecado, inhibe al público católico, de modo que casi no se oyen protestas ni se plantean denuncias de esos delitos. Peor aún, muchos están persuadidos de que si se los denunciara quedarían impunes.

Alguien puede pensar que me he descaminado por los cerros de Úbeda. No es así, lo dicho pone de manifiesto la ausencia de una cultura católica vigorosa y con amplia base popular en la Argentina. Este defecto, obviamente, no se remedia sólo exponiendo buenos libros y exhortando a leerlos, aunque con gestos como éste se está señalando un camino auspicioso e invitando a recorrerlo.

Galileo elogiaba la invención de la imprenta, y al libro, gracias al cual se puede –así decía– “hablar con los que están en la India, hablar a aquellos que todavía no han nacido, y no estarán sino dentro de mil y diez mil años”. Imaginaba también que el mundo fuese un gran libro compuesto en la tipografía de Dios.


Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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