miércoles, 28 de octubre de 2009

"La ley de Educación Sexual cae en una banalización total del tema" - Paola Delbosco

"La Ley de Educación Sexual cae en una banalización total del tema"
Dra. Paola Delbosco


La Junta de Educación Católica (Diócesis de Mar del Plata) realizó ayer una jornada de capacitación para docentes en la que se reflexionó sobre la enseñanza de la sexualidad.


"La impresión que tengo es que se trata de un desarrollo de la ley mínimo, e inclusive algún texto de instrucción que ha circulado creo que cae en una banalización total, como si la educación sexual pasara simplemente por una visión anatómica", aseguró la doctora María Paola Delbosco, filósofa, quien brindó ayer una capacitación a cerca de 2000 docentes de colegios católicos de Mar del Plata y la zona sobre la Ley de Educación Sexual. Organizada por la Junta Regional de Educación Católica (Jurec), la actividad reunió a maestros de Balcarce, Batán, Coronel Vidal, Madariaga, Mechongué, Miramar, Otamendi, Pirán, Villa Gesell, quienes abordaron el tema: "Educación para el amor y la familia".


El encuentro, que se realizó en el NH Gran Hotel Provincial, incluyó también una charla abierta al público. En diálogo con LA CAPITAL, la filósofa que se desempeña en la Universidad Austral y la Católica Argentina, dio su visión sobre el tema de la educación sexual.


- El tema de la implementación de la Ley de Educación Sexual sigue dando que hablar...

- Evidentemente está un poco en el aire esta exigencia de llevar a los niños pero sobre todo a los púberes y adolescentes, una mayor conciencia de su propia realidad sexual. Por un lado lo mínimo sería este conocimiento para evitar embarazos adolescentes y enfermedades de transmisión sexual que representan simplemente una línea mínima del tema, dejando de lado el potencial del amor sexuado en el ser humano que requiere una preparación y además lleva una consideración de otros efectos. Lo que buscamos es comprender un poco la totalidad del ser humano, cómo la vida humana tiene que ver con la actitud de amar. Es una especie de bosquejo de lo que se llama la pedagogía del amor que dice que el niño llega a la adultez porque alguien lo ama. En el mejor de los casos ha sido traído al mundo por amor, supongamos que no haya sido así, creo que no es rebatible la idea de que un niño llega a la adultez porque alguien se hizo cargo y esa es una forma de amor. Entonces, primero el amor se recibe, pero después lentamente en la segunda niñez se empieza a dar a través de gestos. El chico comienza a entender que la generosidad alegra, que dar cosas no es malo. Es todo un aprendizaje y creo que el mejor lugar para esto es la familia. Aunque no es el único porque hay casos de chicos que por distintas razones no cuentan con eso, por eso creo que la escuela juega un papel muy importante donde los adultos, si son creíbles y auténticos, son para el adolescente un referente importante. Son como otra vez alternativa o refuerzo a los padres y pueden ser solución en un problema de abandono, soledad, etc.


"Mínima"


- ¿Qué opina acerca del abordaje que se le ha dado a la ley?

- La impresión que tengo yo es que se trata de un desarrollo de la ley mínimo, e inclusive algún texto de instrucción que ha circulado me lleva a creer que cae en una banalización total como si la educación sexual pasara simplemente por una visión anatómica o de mediciones de tamaños, y me da la impresión de que eso es rebajar, se presta a la risa, y le añade muy poco a este crecimiento. Por otra parte en el mundo de hoy sería ser ciegos y sordos pensar que el niño no tiene ningún tipo de exposición, porque la hay. Por eso creo que se va por el camino de la superficialidad con lo cual se hace todavía más necesaria una presentación diferente, más profunda e integrada. Y creo que también hay que reforzar en los chicos una cierta libertad interior, me refiero a escaparse a lo que puede ser la presión del grupo porque hay muchas conductas promiscuas o de riego que no son libremente elegidas como se quiere hacer creer, sino que son realizadas simplemente por no tener la capacidad de resistir a una presión continua, real o imaginaria de un grupo que está detrás.


- Pero sí está de acuerdo con la necesidad de contar con una legislación que aborde el tema de la sexualidad en la escuela...

- Sí, creo que sí porque se trata también de un crecimiento armónico de otros aspectos de la personalidad, con lo cual lo meramente instintivo no es suficiente. Educar significa hacer crecer en alguna aspecto donde la simple presencia en el mundo no es lo que te habilita. Educar en la sexualidad significa no solamente acoplarse por cuestiones hormonales, sino que es una expresión de lo humano. Y lo otro puede suceder, pero me da la impresión de que si los educamos en tantos aspectos como el medio ambiente, la tolerancia, el aprecio de la diferencia; los chicos también merecen que se les enseñe sobre un tema tan relevante como la sexualidad, crecer un poco para que eso sea adecuado con el proyecto de humanidad que pretende más que una relación de dominio. Si uno simplemente aplicara a rajatabla el proyecto en seco, el resultado sería simples nociones no siempre encarnadas, porque al desaparecer el costado humano no sirve y ni siquiera vende.


- Ante esta situación, ¿cree que el docente quizás se siente un poco desprotegido porque es un desafío enseñar sobre el tema y quizás no tener las herramientas para hacerlo?

- Por supuesto, yo creo que para que el docente pueda ser un buen educador sobre el tema de la sexualidad se tienen que preparar. Y algunos lo han hecho desde otros ángulos, como los que enseñan biología o catequesis en los que se incluye el tema. Pero otros profesores saben que pueden ser interpelados o consultados por fuera del tema de sus clases, cosa que me parece buena porque creo que un docente es un adulto en presencia de adolescentes en crecimiento, por lo tanto cumple alguna función maternal o paternal de consejero, escucha, etc. Probablemente se van a tener que involucrar los padres porque no siempre esta propuesta es seguida y condice con los padres. Hay conductas de riesgo no solamente físicas, sino emocionales que me da la impresión de que se habla muy poco. La ley no lo pone sobre papel. Hay toda una corriente que dice: "Cuida tu corazón", ésta me parece una expresión muy apropiada porque muchas veces por ejemplo pasa que en el afán de tener más experiencia son engañados.


La incidencia de los medios de comunicación

La doctora Paola Delbosco dedicó un especial desarrollo a su respuesta al ser consultada sobre la incidencia de los medios en la educación sexual de los jóvenes. Se expresó así:

"Los medios de comunicación multiplican una propuesta cultural y la naturalizan, es decir que la acercan tanto que finalmente -y sobre todo en un joven que tal vez no tenga otro referente- su proyección en el futuro depende mucho de esto que se ofrece como lo normal.

¿Qué es esto que se da como normal? Que hombre y mujeres jóvenes, y no tan jóvenes, tengan experiencias y que al final de una fiesta se vayan a un cuarto o donde sea con alguien, con quien sea.

Sería fantástico que se viera también qué pasa después. Después de la fiesta, después del encuentro casual, si hay sensación de haber estado acompañado o más bien la sensación de que eso no tiene ningún sentido.

Me parece que los medios -y en especial pienso en la televisión, internet, los celulares, que están siendo cada vez más los soportes de rápidas noticias sobre sexualidad- difunden un gran interés y una gran curiosidad y la resuelven en el momento.

Y se pierde que el factor tiempo -el tiempo para madurar y entender- es fundamental. No quiero ofender a los periodistas, pero se utilizan grandes títulos que llaman la atención. No perdamos de vista que los medios son hoy los formadores de la cultura, y la circulación de la cultura.

La libertad ante la propuesta se preserva cuando uno guarda su capacidad de discernimiento. Si se pierde esta capacidad se termina actuando de forma conformista: es decir, voy a hacer aquello que hacen todos. Los medios podrían utilizar su espacio para fomentar una capacidad crítica: que cada chica o chico, que está creciendo, se pregunte si su conducta responde a un anhelo profundo de su corazón o, simplemente, se trata de responder a lo que espera su entorno, para que no se rían, para que no los presionen más".


Fuente: Diario La Capital – Mar del Plata
Miércoles 28 de Octubre del 2009.-




lunes, 12 de octubre de 2009

La verdad sobre la Evangelización de América - Vittorio Messori

La verdad sobre la Evangelización de América
Vittorio Messori


Como ejemplo clamoroso y actual del olvido (o ma­nipulación) de la historia, como señal de una verdad cada vez más en peligro, pensemos en lo que ha ocu­rrido a la vista de 1992, el año del Quinto Centenario del desembarco de Cristóbal Colón en las Américas. Ya hemos hablado ampliamente de ello. Aquí nos limitamos a examinar un aspecto concreto de ese acontecimiento.

Anticipemos ya que el descubrimiento, la con­quista y la colonización de América latina —central y meridional— vieron el trono y el altar, el Estado y la Iglesia estrechamente unidos. En efecto, ya desde el principio (con Alejandro VI), la Santa Sede reco­noció a los reyes de España y de Portugal los de­rechos sobre las nuevas tierras, descubiertas y por descubrir, a cambio del «Patronato»: es decir, la mo­narquía reconocía como una de sus tareas principales la evangelización de los indígenas, y se encargaba de la organización y los gastos de la misión. Un sistema que también presentaba sus inconvenientes, limi­tando por ejemplo, en muchas ocasiones, la libertad de Roma; pero que sin embargo resultó muy eficaz —por lo menos hasta el siglo XVIII, cuando en las cortes de Madrid y Lisboa empezaron a ejercer influen­cia los «filósofos» ilustrados, los ministros masones— porque la monarquía se tomó muy en serio la tarea de difusión del Evangelio.

Por lo tanto, las polémicas que ya han nacido so­bre este pasado implican también a la Iglesia, por su estrecho vínculo con el Estado, en la acusación de «genocidio cultural». Que, ya se sabe, siempre em­pieza por el «corte de la lengua»: o sea la imposición a los más débiles del idioma del conquistador.

Pero tal acusación sorprenderá a quien tenga co­nocimiento de lo que realmente pasó. A propósito de esto escribió cosas importantes el gran historiador (y filósofo de la historia) Arnold Toynbee, no católico y por lo tanto fuera de toda sospecha. Este célebre es­tudioso observaba que, atendiendo su fin sincero y desinteresado de convertir a los indígenas al Evan­gelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), los misioneros en todo el imperio español (no sólo en Centro y Sudamérica, sino también en Filipinas), en lugar de pre­tender y esperar que los nativos aprendieran el cas­tellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas.

Y lo hicieron con tanto vigor y decisión (es Toyn­bee quien lo recuerda) que dieron gramática, sintaxis y transcripción a idiomas que, en muchos casos, no habían tenido hasta entonces ni siquiera forma es­crita. En el virreinato más importante, el de Perú, en 1596 en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en el vi­rreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita. Y lo mismo pasó con otras lenguas: el náhuatl, el guaraní, el tarasco...

Esto era acorde con lo que se practicaba no sólo en América, sino en el mundo entero, allá donde llegaba la misión católica: es suyo el mérito indiscutible de haber convertido innumerables y oscuros dialectos exóticos en lenguas escritas, dotadas de gramática, diccionario y literatura (al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana, dura difusora solamente del inglés). Último ejemplo, el somalí, que era lengua sólo hablada y adquirió forma escrita (ofi­cial para el nuevo Estado después de la descoloni­zación) gracias a los franciscanos italianos.

Pero, como decíamos, son cosas que ya debería saber cualquiera que tenga un poco de conocimiento de la historia de esos países (aunque parecían igno­rarlo los polemistas que empezaron a gritar a la vista de 1992).

Pero en estos años un profesor universitario es­pañol, miembro de la Real Academia de la Lengua, Gregorio Salvador, ha vertido más luz sobre el asunto. Ha demostrado que en 1596 el Consejo de In­dias (una especie de ministerio español de las colo­nias), frente a la actitud respetuosa de los misioneros hacia las lenguas locales, solicitó al emperador una orden para la castellanización de los indígenas, o sea una política adecuada para la imposición del caste­llano. El Consejo de Indias tenía sus razones a nivel administrativo, vistas las dificultades de gobernar un territorio tan extenso fragmentado en una serie de idiomas sin relación el uno con el otro. Pero el em­perador, que era Felipe II, contestó textualmente: «No parece conveniente forzarlos a abandonar su len­gua natural: sólo habrá que disponer de unos maes­tros para los que quisieran aprender, voluntaria­mente, nuestro idioma.» El profesor Salvador ha observado que detrás de esta respuesta imperial es­taban, precisamente, las presiones de los religiosos, contrarios a la uniformidad solicitada por los políti­cos.

Tanto es así que, precisamente a causa de este freno eclesiástico, a principios del siglo XIX, cuando empezó el proceso de separación de la América es­pañola de su madre patria, sólo tres millones de per­sonas en todo el continente hablaban habitualmente el castellano.

Y aquí viene la sorpresa del profesor Salvador. «Sorpresa», evidentemente, sólo para los que no co­nocen la política de esa Revolución francesa que tanta influencia ejerció (sobre todo a través de las sectas masónicas) en América latina: es suficiente ob­servar las banderas y los timbres estatales de este continente, llenos de estrellas de cinco puntas, trián­gulos, escuadras y compases.

Fue, en efecto, la Revolución francesa la que estruc­turó un plan sistemático de extirpación de los dialec­tos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, en esto también, al Ancien Régime, que era, en cambio, el reino de las autonomías también cultu­rales y no imponía una «cultura de Estado» que despo­jara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.

Fueron pues los representantes de las nuevas repúblicas —cuyos gobernantes eran casi todos hom­bres de las logias— los que en América latina, ins­pirándose en los revolucionarios franceses, se dedi­caron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Fue desmontado todo el sistema de protección de los idiomas precolombinos, construido por la Igle­sia. Los indios que no hablaban castellano quedaron fuera de cualquier relación civil; en las escuelas y en el ejército se impuso la lengua de la Península.

La conclusión paradójica, observa irónicamente Salvador, es ésta: el verdadero «imperialismo cultu­ral» fue practicado por la «cultura nueva», que sus­tituyó la de la antigua España imperial y católica. Y por lo tanto, las acusaciones actuales de «genocidio cultural» que apuntan a la Iglesia hay que dirigirlas a los «ilustrados».


Fuente: “Leyendas negras de la Iglesia” de Vittorio Messori




martes, 6 de octubre de 2009

Amenábar: Ágora e Hipatia - Josep Miró

Amenábar: Ágora e Hipatia
Josep Miró i Ardèvol



Amenábar ha hecho una nueva película, Ágora, y como la anterior, Mar adentro, se caracteriza por la deformación de los hechos, es decir, el engaño, para ajustarlo a su discurso militantemente anticristiano.

Él mismo se confiesa en la multitud de entrevistas que ha dado en la campaña promocional de su nueva película como ateo, con un añadido, su ostentación de la condición de homosexual, que es algo así como si Clint Eastwood tuviera necesidad de explicar cada vez que lo entrevistan que él es un hetero militante.

Todas las entrevistas están, lógicamente, pensadas a mayor gloria del director y su película. Entra dentro de las reglas del juego, por algo son pura promoción comercial donde el género periodístico substituye a la publicidad pura y dura. A pesar de ello, y del cuidado de los entrevistadores, siempre atentos al obligado panegírico, el director manifiesta unos caracteres curiosos, por decirlo de alguna manera.

Porque curioso es su sentido de culpa, que le lleva a declarar “no lo puedo remediar. En los aeropuertos siempre tengo la sospecha de que me van a detener en cualquier momento por lo que sea”. Él lo atribuye a un miedo a la “Autoridad” que constituye en su imaginario un valor abstracto y omnipresente. Bromas que gasta la propia conciencia.

No se cansa de declarar que en su nueva obra es fiel a los hechos históricos. Como pienso que es una persona razonablemente culta, que ha preparado su película, entonces solo me queda concluir que engaña, miente, o quizás se engaña a sí mismo, porque lo que plantea Ágora no tiene nada que ver con la realidad de lo que sucedió.

Esta no es la historia de Hipatia ni muchos menos de las relaciones entre neoplatónicos y cristianos en Alejandría. Su verdadera intención aflora porque tantas entrevistas y tan extensas obligan a hablar. Por ejemplo, cuando afirma que su intención real es denunciar los que utilizan la violencia como argumento, como hacen -dice- los etarras y los terroristas islámicos.

Claro, y por eso acude a un hecho de hace más de 1600 años, metiendo a los cristianos por en medio. En realidad, su intención es maniquea y no puede ocultarla “imaginé aquella lucha entre los paganos y los cristianos viejos – que ni fue exactamente tal, ni entonces existían viejos cristianos – como si fuera nuestra guerra civil”. Está claro ¿no?

A pesar de estos deslices, reitera lo que la necesidad comercial le ha marcado, especialmente pensando en un mercado que se le resiste como es el norteamericano, muy sensible a los panfletos anticristianos. “He insistido mucho en que la película no va contra los cristianos, sino contra los que utilizan la fuerza para defender sus ideas”.

Lástima que teniendo ejemplos tan categóricos y próximos, como Stalin y Lenin, Hitler, Mao, Pol Pot, o quizás para hacer una producción de ambiente histórico, los tiempos de terror de la Revolución Francesa, o el primer genocidio de La Vendée, tenga que acudir a una de las múltiples revueltas que sucedieron en la cosmopolita ciudad de Alejandría en el periodo inicial del cristianismo, y las pugnas políticas que entre los diversos grupos se produjeron. Unos hechos que mal representan la tesis que dice querer contar: unos violentos que masacran a unos pacíficos, benevolentes y cultos racionalistas.

La evidencia de su desconocimiento o voluntad de traicionar la realidad se manifiesta en pretensiones como la de afirmar que el cine no ha contado mucho el cambio del mundo antiguo al medieval, cuando este es uno de los temas que han registrado, con obras mediocres y buenas, una notable producción cinematográfica.

Pero sobre todo lo que debe ser subrayado es que no deja de ser curioso que, cuando lo que caracteriza los cuatro primeros siglos de la historia cristiana es la persecución en ocasiones terrible que éstos reciben, se vaya a fijar en un hecho aislado que además ha sido reiteradamente utilizado, también falsamente, en la historia por el ateísmo agresivo y la masonería.

Se ha intentado convertir a una matemática y astrónoma, Hipatia, en un símbolo de la razón contra el oscurantismo cristiano. Pero en este caso, a diferencia de otros, la evidencia de los hechos es tan grande que el éxito no ha acompañado al propósito histórico. En este caso la leyenda negra no ha llegado a cuajar.

En otras palabras, Amenábar utiliza como guión uno de los panfletos editados en el siglo XIX. Para ello, claro está, ha contado con 50 millones de euros, algo insólito para un director español, y es que cuando se trata de pegarle leña a la Iglesia está visto que el dinero nunca escasea.

* * *

Aviso de e-cristians.net

Os rogamos que tengáis en cuenta las siguientes consideraciones en relación a la película “Ágora” del director Alejandro Amenábar:

1. La película es un ataque al cristianismo y deforma la verdad de la historia. Podéis encontrar un primer análisis en:

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=14821

2. Lo mejor que puede hacerse es no ir a verla. Por otro lado la película como tal, y en contra de lo que representan las imágenes de la publicidad, es aburrida, lenta, con muy poca acción y muchos discursos.

3. Difundid al máximo estas consideraciones.

4. En la medida de lo posible, enviad cartas a los directores de los periódicos protestando por la falta a la verdad histórica o bien del adoctrinamiento anticristiano que hace Amenábar. En definitiva, utilizad un solo argumento concreto y bien escrito.





sábado, 3 de octubre de 2009

Para compartir con algunas personas - Lis Genta

Para compartir con algunas personas
Lis Genta

Buenos Aires, a cien años de tu nacimiento, 2 de octubre de 2009


Querido Viejo:

Celebración de la vida. Si hay algo que compartí con vos es la celebración de todas las cosas que el Buen Dios nos regala en esta tierra para nuestro goce. “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y, yéndolos mirando,/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura”. No gozarlas sería un desprecio a tantos dones.

Vos fuiste un maestro de la alegría, del gozo sensible: el agua que cantaba en los arroyuelos de Córdoba, la playa, el mar, la alegría, la risa, la buena compañía. Si hubieras sido un amargo enjuto, un desabrido, no hubieras tenido tanto a que renunciar cuando llegó la hora de ofrecer esa vida tan intensamente vivida. Tenía que ser por algo que valiera más que todos esos dones que tan bien supiste apreciar, que me enseñaste a apreciar.

Te agradezco, sobre todo, que me transmitieras el amor por la belleza, la pasión del amor entre el varón y la mujer. El amor pleno, expresado sin sombras de mojigaterías ni de pacatas renuncias a la pasión carnal.

Te vi admirar la inteligencia de mi madre; la supiste elegir a tu misma altura. Pero te vi, también, cantar a sus ojos, a sus labios, a sus bellísimas piernas, a su figura toda; te vi, hasta el último día, besarla y abrazarla en público, ante la mirada atónita de alguno de tus amigos (creo que te perdonaban aún menos que la consideraras tu par intelectual pues no era común en los círculos en que nos movíamos). Recuerdo tu picardía cuando apuntabas que mamá recibía semejantes desbordes afectivos “halagada y ofendida”. Ella tenía que sostener su imagen de dama elegante y displicente; pero, ¡pobre de vos si hubieras renunciado a ese permanente homenaje! Ese amor tan singular entre vos y mamá fue regalo esencial, lo mejor de tu herencia para nosotros. Anda tan devaluado el amor que creo que la inmensa mayoría de los jóvenes ni tienen idea de lo que se trata.

Imposible no recordar la expresión desbordada, a tu manera, de todo lo que dije, en el festejo de tu último cumpleaños. Recuerdo bien ese día con Mario, los chicos, Tía Isolina, Amalia… Compartir el pan y el vino con vos era siempre una fiesta. Como ir al cine a ver a John Wayne o a Gary Cooper.

El próximo 27 de octubre evocaré el momento en que te despediste de estos gozos, de esas fiestas, para alcanzar la Fiesta de la vida eterna. Y eso lo hiciste a lo grande. Por Dios y por la patria por los que vale ofrendar la vida... “que no es una bengala para quemarla en fuegos de artificios”.

Hoy otros recordarán tu obra y tu pensamiento Yo quiero evocarte así.

Un beso


Tu hija Lis


viernes, 2 de octubre de 2009

Jordán Bruno Genta, filósofo y mártir - Mario Caponnetto

Jordán Bruno Genta,
filósofo y mártir[1]
En el Centenario de su nacimiento (1909 - 2 de octubre- 2009)
Dr. Mario Caponnetto



Queridos amigos:

Confieso que estoy bastante nervioso porque hablar sentado al lado del maestro Caturelli me resulta tremendamente difícil. Pero en fin, cuento con la benevolencia del maestro y la de ustedes.

Virginia[2], que siempre consigue todo lo que se propone, me ha pedido que en el marco de estas jornadas haga alguna referencia a la figura de Jordán Bruno Genta. Y me ha pedido que esa referencia, en lo posible, sea desde la perspectiva de la propia experiencia personal.

He de decir que estas perspectivas no me agradan mucho porque ponen en estado de conmoción mi “racionalismo”. Pero de todas maneras, el mismo Dr. Caturelli me inspira; él es, en efecto, autor de un hermoso libro, que acaba de publicar, que se llama La historia interior. Creo que ya no es el último de sus libros (con el Dr. Caturelli nunca se sabe pues su producción es incesante). Digamos que es uno de sus últimos libros.

En ese libro, La historia interior, aprendí cómo desde la propia interioridad, instalándose en la propia alma, pueden verse los acontecimientos; y de qué modo, en esa rica economía entre la historia que transcurre afuera y la historia interior, los acontecimientos van adquiriendo -digamos así- una especial configuración, una dimensión y una densidad nuevas. Quisiera, pues, situarme ante la magna figura de Genta desde la perspectiva de esta “historia interior”.

Tengo que comenzar con una referencia, siquiera somera, a los finales del año 1954 y principios de 1955. Años turbulentos, años difíciles en la historia de nuestro país. Yo en esa época era un adolescente y había dos cosas que me preocupaban.

Una era la fe, recientemente adquirida o tal vez re-adquirida; y esa fe se me presentaba como un desafío intelectual. Había en mí ya desde aquella época un ansia por razonar la fe, un ansia por compatibilizar la razón con la fe, un ansia de vivir una fe ilustrada. Habían contribuido a generar esta inquietud algunos maestros que tuve en la escuela secundaria, entre ellos recuerdo al querido Padre Ciucarelli, que era profesor de religión, el que siempre, en todo momento, se esforzaba por señalarnos la coincidencia de la fe y la razón. Aun cuando ahora, con el paso del tiempo, advierto que había algunas limitaciones en sus enseñanzas, no obstante le debo el haberme insuflado este espíritu de fe ilustrada, ese intelecto que busca la fe, intellectus quarens fidem, del que es modelo insuperable Tomás de Aquino.

La otra cosa, la segunda gran inquietud, era la Patria; la Patria Argentina, en ese momento convulsionada, incendiada literalmente. En el año 1954 se suprime la enseñanza religiosa en las escuelas; yo cursaba en ese momento el tercer año del secundario y, al influjo de esa situación tensa que se vivía, comencé a dar los primeros pasos en lo que podemos llamar una activa militancia, una militancia desde las filas de la Acción Católica, de aquella benemérita institución que fue la Acción Católica Argentina.

Y así, movido por estas dos grandes inquietudes, la Fe ilustrada, la Fe que busca el intelecto, y la Patria crucificada, convulsa, fui dando esos primeros pasos de mi vida, esos acordes iniciales de mi vida.

En 1955 sucede el hecho de la Revolución Libertadora, en septiembre. Gran fervor católico, fervor que ya se había expresado en aquellas inolvidables manifestaciones públicas de fe, cuando salíamos por las calles de Buenos Aires a cantar Cristo Jesús, en Ti la Patria espera y hacíamos la señal de Cristo Vence. Todo ese fervor, todo ese clima, nos fue como formando, nos fue como gestando a muchos jóvenes de mi generación.

Es así que llegan los finales del año 1955 y ante los acontecimientos políticos, es decir, el giro totalmente opuesto a su origen que fue tomando la Revolución Libertadora, más ciertas cosas que ya se veían dentro de la Iglesia -el fenómeno de la Democracia Cristiana, por ejemplo- se fue como generando en mí una suerte de perplejidad, como que no encontraba mi lugar, no encontraba dónde poder desarrollar esas dos grandes inquietudes. Esa Fe que busca el intelecto y esa Patria que dolía.

Y como por milagro, por una gracia especial -yo la llamo, siguiendo en esto a Raissa Maritain, una de esas aventuras de la gracia- fui a dar a fines del año 1955, diciembre, a la casa de Genta. No diré cuales fueron las circunstancias, pero sí que fueron circunstancias perfectamente providenciales.

Ese día Genta daba la última clase de un curso, de los varios cursos que dictaba en su casa. Y ahí me encontré con él: diciembre de 1955. Y fue ahí como, de pronto, dije: llegué; aquí encontré lo que estaba buscando; porque ahí encontré esa síntesis admirable, que ofrecía la cátedra de Genta, entre aquellos dos amores, aquellas dos inquietudes que me solicitaban: una fe que busca el intelecto, una fe ilustrada, y la Patria; la patria doliente, la patria que era y sigue siendo un gran dolor, sobre todas las cosas.

De mi primer encuentro con Genta, en ese diciembre de 1955, tengo recuerdos muy vívidos. Genta era una personalidad cautivante, fascinante; en él todo armonizaba: la figura, la voz, el pathos con que hablaba.

No recuerdo exactamente de qué hablo en aquella clase, pero sí recuerdo que la impresión que me hizo fue muy grande, me conmocionó. Me dije: aquí está realmente, aquí está el camino para encontrar esa fe razonada, ese intelecto iluminado por la fe; y ese compromiso vital, ese amor por la Patria, por la Patria hecha dolor; porque la patria es un dolor, como dice bellamente Marechal.

Alguna vez escribí sobre este primer encuentro con Genta un pequeño artículo que, gracias a Dios, se ha perdido porque era de la época previa a la computación. Terminaba con una frase de Rilke que el poeta refería a uno de los personajes de una de sus obras. No la tengo a la vista, pero decía, más o menos, así: “Él era inmóvil, estaba allí sentado, como en el centro del mundo y nosotros girábamos alrededor de él”.

Así lo evoco al Genta de aquel primer encuentro: él estaba sentado, irradiando esa Verdad de la que era testigo; y nosotros, de algún modo, girando en torno de él, abrevando en las aguas limpias y puras, remontadas, elevadas que nos daba a beber el maestro, esas aguas que él solía nombrar con su amado Valery: En esta agua nunca bebieron los rebaños. Esa agua apagaba nuestra sed juvenil.

A partir de entonces comienza una larga relación con Genta, intensa, que duró hasta el último día de su vida. Es a partir de ese encuentro que se inicia una etapa, crucial en mi vida, que llamaré de discipulado y que me marcó para siempre.

Este discipulado significa cuatro cosas para mí. La primera, una verdadera paternidad; Genta me engendró, me engendró en la sabiduría. Yo siempre digo que tengo dos padres, mi padre carnal y Genta. Genta me engendró en el espíritu porque todo verdadero maestro es padre; y él me engendró. Es el Genta padre.

La segunda es la sabiduría, el ejercicio cotidiano de la sabiduría. Es el Genta maestro.

La tercera, es la ejemplaridad del testimonio. Porque en Genta no sólo había testimonio de palabra, había también testimonio de vida, y Dios lo glorificó y lo colmó con el testimonio supremo, el testimonio de la sangre. Es el Genta testigo.

De manera que Genta fue para mí el padre, el maestro, y el testigo.

Pero hay una cuarta cosa: el amor, porque en la casa de Genta no sólo encontré esa fe que busca el intelecto, no solo encontré ese amor a la Patria y ese testimonio viviente, sino que encontré el amor. El amor conyugal, ese amor que hace que un varón y una mujer sean una sola carne.

De manera que fíjense cuánta interioridad, cuanta entrañabilidad –si me permiten la palabra- hay en esta relación vital con Genta que como una verdadera gracia Dios me concedió en esta vida.


* * *


De estas cuatro cosas que acabo de nombrar hay dos en los que quisiera detenerme, brevemente, antes de dejar la palabra al maestro; es, precisamente, la figura del maestro: Genta como maestro y Genta como testigo.

Santo Tomás, en unas de sus obras, Contra retrahentes, define lo que es un maestro. Un maestro obviamente es alguien que enseña. Pero Santo Tomás, en esta obra, sostiene que la enseñanza más que un honor, es una carga. Es una cruz.

¿Por qué dice Santo Tomas que la enseñanza es una carga? Porque toda verdadera enseñanza tiene su fuente en la contemplación y vierte, hacia los otros, el fruto de la contemplación. Esto se sintetiza en aquel aforismo escolástico: contemplata aliis tradere. Es decir, transmitir, entregar, donar a los otros lo que se contempla. Entonces en la verdadera enseñanza hay una admirable economía pues hay un acto de contemplación al que se une un acto de la caridad porque es por la fuerza de la caridad que eso que se contempla se transmite a otros, a modo de don. Tradere es transmitir, también es entregar y de alguna manera, tal vez estirando un poco, si me perdonan los latinistas, es donar.

Entonces, la enseñanza es contemplación y es don. Ella sintetiza admirablemente el modo de vida más perfecto, al cual también hace referencia Santo Tomás: la vida mixta, esa vida contemplativa y al mismo tiempo activa; y, a su vez, la enseñanza es la obra más eminente de la vida activa porque es precisamente la transmisión de la vida contemplativa.

Ahora bien; este descender de la contemplación a la donación, implica siempre una carga. Porque implica, siempre, de alguna manera, desasirse del gozo de la contemplación para donar. Por eso dice Santo Tomás que la verdadera enseñanza tiene más de carga, más de cruz que de honor.

Esto en Genta se daba de una manera paradigmática. Genta era un contemplativo. Él nos daba por la tarde el fruto de la contemplación de la mañana. Esas mañanas que él pasaba solo, en su casa, en medio de sus libros, con su amado San Agustín, con Fray Tomás, con los modernos, con los grandes poetas, con los santos.

Él contemplaba; en la mañana contemplaba; y en la tarde transmitía. Y cuando transmitía, donaba, había en sus clases, en sus lecciones, un ritmo que iba de la ascensión al descenso. Porque en Genta había un ritmo que no se transmite en el texto escrito y que ha quedado en la memoria de quienes tuvimos la gracia de escucharlo. Comenzaba siempre con el acontecimiento del día, y en seguida, se elevaba; nos llevaba al verdadero rapto de la contemplación, pero siempre a partir del acontecimiento del día. Nos iba llevando, repito, al rapto de la contemplación; y una vez que alcanzaba esa cima de la contemplación volvía a descender a “la epilepsia del valle”, alumbrada ahora con la luz de la contemplación; volvía a descender al mismo acontecimiento que había iniciado ese ciclo. Este ascenso y descenso imprimía a las clases del maestro, como dije, un ritmo que nos cautivaba. Era una experiencia única, inolvidable, cada encuentro, cada clase con Genta.

Pero este magisterio tuvo, tal como dice Santo Tomás, una carga de cruz. Y esa cruz tuvo un nombre, un nombre concreto. Se llamó Argentina, ese hermoso nombre femenino que es la cifra de todos nuestros desvelos humanos. La Argentina era el dolor, la Argentina era la carga. Por eso cuando los acontecimientos en nuestro país se precipitaron, cuando el fenómeno de la guerra revolucionaria invadió el escenario de la historia nacional, esa carga se hizo pesada y yo diría -en términos eminentemente cristianos- se hizo una cruz a la cual Genta se abrazó hasta el final.

Sacrificó mucho Genta en esto, sacrificó su Metafísica, que nunca terminó de escribir; hay por allí unas cosas sueltas, algún día tal vez puedan ser coleccionadas, ordenadas. Hay un estupendo comentario del De ente et essentia de Santo Tomás; donde ya se advierte la superación del esencialismo tomista y comienza Genta a descubrir el esse, el ser, como noción capital de la metafísica tomista. Yo he hecho un pequeño cotejo de este manuscrito con los textos de Gilson. No había ninguna posibilidad de que Genta conociera estos textos de Gilson por la época en que ambos escribieron (de hecho, contemporáneamente). Se da, pues, una magnífica coincidencia entre ese comentario del De Ente et essentia, inédito todavía, y la obra de Gilson, El ser y los filósofos, que reúne los cursos del gran filósofo francés, dictados en Canadá, acerca de tan delicado tema.

Todo eso lo sacrificó, todo eso lo dejó de lado, eso que era su verdadera vocación lo dejó de lado. Y se abocó a una enseñanza que tenía por fin, que tenía como único objetivo preparar a aquellos que él, pensaba, tenían que ser los defensores de la República. Porque él, con Platón, con su amado Platón, sostenía que los guerreros son la clase más estimable de la ciudad porque a ellos les está confiada la defensa de la Ciudad.

De esta manera se dieron, pues, esas dos notas, el magisterio y el testimonio. Genta fue Maestro y al mismo tiempo fue Testigo. Y fue testigo como dije con la vida pues culminó su testimonio con la muerte.

Ambas cosas, el magisterio y el testimonio, en él se dieron admirablemente unidas. Fue un verdadero maestro que llevó la cruz de la enseñanza, y esa cruz de la enseñanza lo llevó al testimonio, al testimonio supremo. Por eso, cada vez que evoco estas características de la personalidad de Jordán, recuerdo también a San Agustín cuando dice que Cristo ha hecho de la Cruz la cátedra. La Palabra Crucificada es Cátedra. La Cruz es Cátedra, dice San Agustín.

En definitiva, porque Genta fue auténtico maestro llevó hasta el final la misión del magisterio: enseñó desde la Cruz y Dios lo hizo testigo. Enseñó al pie de la cruz y el Señor lo colmó, le ciñó la corona del testimonio supremo que es el de la vida, el de la sangre.

Veinte años después de aquel primer encuentro que he evocado se cerró el ciclo. Una mañana de primavera, en Buenos Aires, cuando me avisaron que había sido asesinado, corrí al hospital. Llegué. Era el triunfo total de Cristo Rey. Ahí estaba Jordán, yaciente, en la camilla del hospital. Por mi hábito de médico le tomé, casi instintivamente, el pulso, y pude palpar sus últimos latidos.

Y ahí se cerró el ciclo, ahí se cerró el encuentro. A partir de entonces es como que esta historia interior mía, pobre historia interior mía, vive en un presente. Yo vivo, a partir de esa mañana, en un permanente presente, no me puedo imaginar en otra situación. Y es un presente donde ocupan lugar central precisamente estos amores esenciales, el amor a la sabiduría, el amor a la Patria, el amor a la familia, el amor a la esposa, hoy colmado por los hijos, por los nietos.

Y vivo en este presente y no puedo salir de él. Y en este presente no puedo otra cosa que decir: Deo gratias, Deo gratias, Deo gratias.

Los dejo con el maestro Caturelli.




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[1] Ponencia pronunciada en Luján, junto al Santuario de la Virgen, en agosto de 2006, en un panel integrado con el Dr. Alberto Caturelli.
[2] Virginia Olivera, organizadora de las Jornadas de Formación Católica del Centro de Estudios San Bernardo de Claraval quien fue la anfitriona en la ocasión.




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