martes, 31 de agosto de 2010

Benedicto XVI publicará un nuevo libro-entrevista con Peter Seewald

Benedicto XVI publicará un nuevo libro-entrevista con Peter Seewald


Benedicto XVI ha decidido publicar un libro-entrevista, un nuevo diálogo con el periodista alemán Peter Seewald, que ya dos veces, cuando Joseph Ratzinger era cardenal, lo había entrevistado ampliamente.

La noticia, proveniente de los ambientes editoriales alemanes, es publicada esta mañana por el Tagespost y encuentra confirmación en el Vaticano.

En marzo próximo, durante la Cuaresma, está prevista la salida del segundo volumen del libro del Papa sobre Jesús de Nazaret, dedicado al momento culminante de la vida de Cristo, la Pasión, Muerte y Resurrección. Y ya se habla de un ulterior volumen que Benedicto XVI escribirá afrontando el tema de la infancia del Nazareno.

El libro-entrevista con Seewald no se ubica en este plano, y aunque hasta el momento no ha sido establecida la fecha de publicación, es razonable pensar que estará en librería dentro de un año. En Italia, el volumen debería ser editado por la Librería Editrice Vaticana – que, como se sabe, detenta los derechos de autor de todas las obras del Pontífice – mientras que no aún no se ha establecido nada definitivo para la edición alemana: la LEV tendría intención de publicar el libro bajo la editorial Herder, mientras que el entrevistador preferiría un editor más laico, como Heyne.

El nuevo diálogo con el periodista alemán, que durante el verano ya ha realizado las grabaciones de la entrevista con el Papa, será el cuarto libro de este género para Joseph Ratzinger.

Como Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1985, el futuro Pontífice se hizo entrevistar por el escritor Vittorio Messori, que luego sería también autor del libro-entrevista con Juan Pablo II, el primero de un Papa (“Cruzando el umbral de la esperanza”, 1994). De allí nació el best-seller “Informe sobre la fe”, un libro que hizo época, anticipando lo que el Papa Ratzinger definirá la hermenéutica correcta del Concilio. En el libro, el cardenal afirmaba, entre otras cosas: “Entre las tares más urgentes para el cristiano, está la recuperación de la capacidad de oponerse a muchas tendencias de la cultura circunstante, renunciando a cierta solidaridad demasiado eufórica post-conciliar”.

Poco más de diez años después, en 1997, el Prefecto de la Fe decidió dialogar de nuevo con un periodista, esta vez con Peter Seewald. Salió así “La sal de la tierra”, libro dedicado a “cristianismo e Iglesia Católica en el siglo XXI”. El periodista describe así aquellos encuentros en la introducción: “El Cardenal nunca me preguntó nada de mi pasado o de mi estado de vida. Ni siquiera quiso que le fueran anticipadas las preguntas, ni pretendió que alguna cosa fuese eliminada o agregada. La atmósfera del encuentro ha sido intensa y seria, pero a veces este príncipe de la Iglesia se sentaba en forma tan ligera sobre su silla que se tenía la impresión de estar con un estudiante. Una vez interrumpió nuestra conversación para retirarse a meditación o, tal vez, también para pedir al Espíritu Santo las palabras justas”. El encuentro con Ratzinger marca también la vida de Seewald, que redescubre la fe.

La experiencia se repite algunos años después. Seewald entrevista nuevamente a Ratzinger al alba del nuevo milenio y en el 2001 publica otro best-seller, “Dios y el mundo”, dedicado a “ser cristianos en el nuevo milenio”.

Los muchísimos lectores de estos libros saben que Ratzinger no escapa a ninguna pregunta y no tiene miedo de afrontar los argumentos más espinosos, como atestiguan sus respuestas durante las entrevistas sobre el avión con los periodistas que siguen sus viajes.

El nuevo libro no tiene todavía un títutlo oficial. La hipótesis de trabajo al momento es “Luz del mundo”, pero es posible que sea cambiado. ¿Cuándo decidió el Papa aceptar esta propuesta?. En noviembre de 2008, durante un encuentro ocurrido luego de la audiencia general, Vittorio Messori propuso a Benedicto XVI “actualizar” el Informe sobre la fe: “Sólo deme tres días”, dijo el escritor. Ratzinger no dijo no, pero bromeó diciendo: “Para mí ahora es difícil incluso tres horas…”. La idea, en aquel momento impracticable, no debió haberle disgustado. Y así, cuando algunos meses atrás Seewald le propuso un nuevo diálogo, le ha respondido que sí.






lunes, 30 de agosto de 2010

“Ataque a Ratzinger”

“Ataque a Ratzinger”


Andrea Tornielli y Paolo Rodari, dos de los vaticanistas más reconocidos, han publicado en Italia un libro en el que han investigado las crisis y los ataques que han caracterizado los primeros cinco años del actual pontificado. El libro, titulado “Attaco a Ratzinger. Accuse e scandali, profezie e complotti contro Benedetto XVI”, cuyo prefacio ofrecemos ahora en lengua española, demuestra, según sus autores, la veracidad de las palabras pronunciadas por un purpurado: “Lo único que realmente no se perdona a Ratzinger es el hecho de haber sido elegido Papa”.


“Todavía recuerdo, como si fuese hoy, las palabras que escuché decir a un cardenal italiano, entonces muy poderoso en la Curia Romana, al otro día de la elección de Benedicto XVI. «Dos-tres años, durará sólo dos-tres años…». Lo hacía acompañando las palabras con un gesto de las manos, como para minimizar… Joseph Ratzinger, de setenta y ocho años, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe recién elegido sucesor de Juan Pablo II, debía ser un Papa de transición, pasar velozmente, pero sobre todo debía pasar sin dejar demasiada huella tras de sí… Ciertamente, una referencia a la duración del pontificado la hizo el mismo Ratzinger, en la Sixtina. Dijo que elegía el nombre de Benedicto por lo que había significado la figura del gran santo patrono de Europa, pero también porque el último Papa que había tomado este nombre, Benedicto XV, no había tenido un pontificado muy largo y había trabajado por la paz. Pero un pontificado no largo, a causa de la edad ya avanzada, no significar pasar sin dejar huella. También el de Juan XXIII debía ser – y, desde el punto de vista meramente cronológico, lo ha sido – un pontificado de transición. Pero cuánto ha cambiado la historia de la Iglesia… Lo he vuelto a pensar muchas veces: visto que no ha pasado tan velozmente como alguno esperaba, y visto que su pontificado está destinado a dejar un signo, se han multiplicado los ataques contra Benedicto XVI. Ataques de todo tipo. Una vez se dice que el Papa se ha expresado mal, otra vez se habla de error de comunicación, otra de un problema de coordinación entre las oficinas curiales, en otra ocasión de insuficiencia de ciertos colaboradores, otra del concordante intento por parte de fuerzas adversas a la Iglesia con la intención de desacreditarla. ¿Quiere saber mi impresión? Aunque en realidad el Santo Padre no está solo, aunque en torno a él hay personas fieles que tratan de ayudarlo, en muchas ocasiones es dejado objetivamente solo. No hay un equipo que prevenga la aparición de ciertos problemas, que reflexione sobre cómo responder de modo eficaz. Que trate de transmitir, de expandir su auténtico mensaje, a menudo distorsionado. De este modo, ésta es la pregunta que se ha vuelto más frecuente: ¿cuándo la próxima crisis? Me sorprende también el hecho de que a veces estas crisis llegan después de decisiones importantes… Me estoy preguntando, por ejemplo, qué ocurrirá ahora que Benedicto XVI ha proclamado valientemente las virtudes heroicas de Pío XII junto a las de Juan Pablo II”.

Cuando esta confidencia fue hecha a uno de nosotros, en vísperas de la Navidad del 2009, por un autorizado purpurado que trabaja desde hace muchos años en los sagrados palacios, el gran escándalo de los abusos de menores perpetrados por el clero católico aún no había explotado en toda su alcance. Estaba, sí, el gravísimo caso irlandés. Pero nada hacía predecir todavía que, como por contagio, la situación objetivamente peculiar de Irlanda – que ha mostrado la incapacidad de varios obispos de gobernar sus diócesis y de afrontar los casos de abusos de menores teniendo presente la necesidad de asistir en primer lugar a las víctimas, evitando que las violencias pudieran repetirse – terminaría por replicarse, por lo menos mediáticamente, en otras países. Y ha involucrado a Alemania, Austria, Suiza y, de nuevo, en las polémicas, a los Estados Unidos, donde el problema ya había surgido y de manera bastante devastadora al comienzo de este milenio.

Sólo recorriendo las reseñas de prensa internacionales, es necesario admitir la existencia de un ataque contra el Papa Ratzinger. Un ataque demostrado por el prejuicio negativo pronto a desencadenarse sobre cualquier cosa que el Pontífice diga o haga. Pronto a enfatizar ciertos particulares, pronto a crear “casos” internacionales. Este ataque concéntrico tiene origen fuera, pero con frecuencia también dentro de la Iglesia. Y es (inconscientemente) ayudado por la reacción a veces escasa de quien en torno al Papa podría hacer más para prevenir las crisis o para gestionarlas de modo eficaz. Es lamentablemente (en forma inconsciente) ayudado por la falta de una dirección y de una estrategia comunicativa, como se ha visto en el curso de lo que en las próximas páginas hemos definido “la semana negra”, con los incidentes representados por la homilía del Viernes Santo 2010 pronunciada por el padre Raniero Cantalamesssa, por las palabras del cardenal Angelo Sodano el día de Pascua, por las declaraciones del Secretario de Estado Tarcisio Bertone lanzadas durante su largo viaje pastoral a Chile.

Este libro no tiene intención de presentar una tesis preconcebida. No busca acreditar de partida la hipótesis del complot ideado por alguna “cúpula” o “spectre”, ni tampoco la del “complot mediático”, convertido a menudo en el cómodo salvoconducto detrás del cual algunos colaboradores del Pontífice se atrincheran para justificar demoras e ineficiencias. Sin embargo, es innegable que Ratzinger ha estado y está bajo ataque. Las críticas y las polémicas suscitadas por el discurso de Ratisbona; el clamoroso caso de la dimisión del neo-arzobispo de Varsovia Wielgus a causa de su antigua colaboración con los servicios secretos del régimen comunista polaco; las polémicas por la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum; el caso del levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvristas, que coincidió con la transmisión en video de la entrevista negacionista de las cámaras de gas concedida por uno de ellos a la televisión suiza; la crisis diplomática por las palabras papales sobre el preservativo durante el primer día del viaje a África; la propagación del escándalo de los abusos de menores, que todavía no parece aplacarse. De tormenta en tormenta, de polémica en polémica, el efecto ha sido el de “anestesiar” el mensaje de Benedicto XVI, encerrándolo en el cliché del Papa retrógrado, debilitando su alcance. Y sobre todo olvidando impulsos y aperturas demostrados por Ratzinger en estos primeros cinco años de pontificado sobre grandes temas como la pobreza, el cuidado de la creación, la globalización.

Pero este ataque nunca ha tenido una única dirección. Ha tenido, más bien, una ausencia de dirección. Aunque no se puede excluir que en varias ocasiones, también en el curso de la crisis por los escándalos de la pedofilia en el clero, se ha verificado una alianza entre diversos ambientes a los cuales puede resultar cómodo reducir al silencio la voz de la Iglesia, disminuyendo su autoridad moral y su ser fenómeno popular, tal vez con la secreta esperanza de que, en el giro de una década, termine contando en el escenario internacional como cualquier secta.

Hemos buscado documentar lo que ha ocurrido, hemos hecho hablar a los protagonistas y a los observadores más calificados, hemos recogido documentos y testimonios inéditos que ayudan a reconstruir lo ocurrido en los sagrados palacios y, más en general, en la Iglesia, durante las crisis de estos primeros cinco años de pontificado. Un pontificado que se ha abierto, después del cónclave-relámpago que ha durado un día, con las palabras pronunciadas por el Papa Ratzinger en el día de la Misa inaugural, el 24 de abril de 2005: “Rogad por mí, para que no huya, por miedo, ante los lobos”. Casi presintiendo que le esperaría un insidioso camino de obstáculos.


Paolo Rodari
Andrea Tornielli







viernes, 27 de agosto de 2010

El lenguaje es discriminatorio: ¿y qué? - Juan Carlos Monedero

El lenguaje es discriminatorio: ¿y qué?
La cruz permanece mientras el mundo cambia
Juan Carlos Monedero


Discriminar es distinguir. Y confundir es lo contrario de distinguir

Por ende, no discriminar –como machaconamente se nos insiste– equivale a confundir. La bandera de la no discriminación es la bandera de la confusión.

Guste o no, es así. Sólo en una segunda acepción –tal como registra la Real Academia Española– discriminar significa “Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”. Y esto sería discriminar injustamente; lo que especifica a la discriminación como reprobable es su injusticia. Hoy padecemos la deliberada hipertrofia de la segunda acepción de esta palabra, que ha desplazado su sentido propio y exacto.


El lenguaje es discriminatorio. Veamos por qué

En su formidable libro “La rebelión de la Nada”, Enrique Díaz Araujo desenmascara entre otros a Paulo Freire. Este ideólogo de la educación y agitador social proponía entre otras maravillas disminuir la cantidad de palabras generadoras: 15 en lugar de 80.

“¿Se dan cuenta?. Siempre se había pensado que la cultura consistía en aprender más cosas. Freire ha descubierto que su esencia está en aprender menos cosas. Ha invertido el signo de todas las civilizaciones que el mundo ha conocido.

La revolución copernicana producida por Freire y llamada ‘Revolución Cultural’ supone una simplificación magnífica: antes había que aprender no menos de 80 palabras generadoras; ahora con 15 basta. ¿Basta para qué?. ¡Ah, ese es otro asunto! Basta para ser un cuasi-semi-analfabeto” (1).

Si en la palabra yace la cosa, disminuir la cantidad de palabras es… ¿Hacer decrecer las cosas?. ¿Destruirlas?. ¿Modificarlas en su esencia?. Imposible.

Pero disminuir la cantidad de palabras equivale a impedir que la inteligencia vea, comprenda, entienda, aprenda, capte lo que las cosas son.


Cada palabra porta una llama. Cada una de ellas irradia una lux propia en nuestra natural oscuridad

Decir una palabra puede compararse con encender un fuego, lo cual ocurre primero en la mente y casi inmediatamente en nuestros labios; al ser pronunciada la palabra, comienzan a “aparecer” las cosas “que estaban ahí”, junto a nosotros, pero a oscuras: se las puede designar, señalar, nombrar. El nombre es arquetipo de la cosa, enseñó Platón. Cada palabra, distinta de otra, denota por lo mismo una cosa distinta de otra. La riqueza del lenguaje sigue a la riqueza del ser.


El lenguaje porta, lleva, carga, conduce el ser

Si lo anterior es cierto, no hay diferencia entre eliminar del uso común una palabra y apagar una luz, tal como lo difundió Paulo Freire. Por cada palabra arrancada de nuestra lengua, una luz menos. Y por cada luz apagada, algo real que desaparece de nuestra consideración. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, afirmó Wittgenstein.

Cuidadosamente omitidos, existen términos que están cayendo en un intencional desuso. Esto ha quedado patente en la actual polémica en nuestro país respecto del “matrimonio” entre personas del mismo sexo. Pensemos por ejemplo en aquellas palabras que involucran de suyo una reprobación moral de la homosexualidad: «antinaturaleza», «contranaturaleza», «perversión», «desorden», etc. Incluso muchos que reprobaron y reprueban esta ley omitían la pronunciación de estos vocablos.

¿Resultado?: el olvido de la realidad o –por lo menos– la fragilidad de su arraigo en nuestras mentes. Las cosas siguen ahí, es cierto, pero nosotros no logramos ya pronunciarlas. Este flagelo se hace patente en la incapacidad para designar las cosas según sus diferencias, por un lado, y en la conocida impotencia de muchos para reprobar lo malo y ponderar lo bueno sólida y firmemente, debido a una carencia de la adjetivación.

Estamos siendo testigos de este empobrecimiento deliberado de nuestras inteligencias. Nuestro estómago se nutre bien, pero nuestra inteligencia está siendo subalimentada. Ya no abrevamos en lo esencial de las cosas –en aquello que las configura como sustancia– sino en sus accidentes. Más que pensamiento débil, actualmente padecemos el castigo del pensamiento anoréxico.


Ahora, pongámonos en los zapatos del ideólogo

Si yo quiero que la gente pierda la capacidad de distinguir lo normal de lo anormal, lo verdadero de lo falso, la naturaleza de la contranaturaleza, lo bueno de lo malo, la virtud del vicio; si yo quiero aniquilar estas diferencias –siéndome imposible hacerlo en la realidad misma–, lo más que puedo hacer es borrarlas de las mentes, a través de la constante omisión de las palabras que verdaderamente significan y nos llevan a las cosas.

Para ello, debo refundar el idioma. Reelaborarlo, según la idea de hombre que quiero construir.

Debo enterrar aquellas palabras cuya sola mención supone de suyo lo Absoluto. Sepultar los vocablos bien y mal, virtud y vicio, gracia y pecado, verdadero y falso, justo e injusto, etc. Todos ellos comportan un Principio que me niego a admitir: si juzgo algo y afirmo “esto es bueno” o “esto es verdadero”, ingreso inevitablemente en el terreno metafísico. Lo mismo se diga de la justicia y la virtud: la sola pronunciación de estas palabras me coloca en la incómoda atmósfera de las verdades perennes.

A lo sumo podré tolerar que se las mencionen siempre y cuando el tono, la atmósfera y las circunstancias que las rodean sean lo suficientemente frívolas como para que nadie sospeche que me he tomado el atrevimiento de hacer un juicio de carácter absoluto.

Por eso, debo criminalizar la Verdad. Que Ella sea demonizada, que su sola mención mueva a la indignación, a la crispación, al escándalo. Que pronunciarla sea un delito.

Enterradas estas palabras, debo conseguir que únicamente subsistan otras, las imprecisas. Aquellas que no suponen una inteligencia en contacto directo con la realidad –una inteligencia metafísica, con vocación para el ser, con apetito del ente, con deseo de admiración–, sino una inteligencia que puede rodear cómodamente las cosas sin penetrarlas jamás, que habite en sus accidentes sin tocar sus esencias. De ahí que todo deba ser juzgado en estos términos: conveniente/ inconveniente; popular/impopular; moderno/antiguo; moderado/intransigente; mayoritario/ minoritario; tolerante/fanático; constitucional/anticonstitucional.

¿Dónde está la trampa?. En que todos estos adjetivos pueden convenir indistintamente tanto a la verdad como al error.


Pero como ideólogo no puedo decir frontalmente que busco estos objetivos

¿Qué debo hacer?. Acusar a quienes defienden el Orden Natural de mantener este discurso de forma interesada. No atacar sus argumentos, sino su persona. A través de una constante repetición, mi objetivo es lograr que la gente se olvide de la realidad que está en juego detrás de las palabras.

Debo convencer a mi auditorio de que conozco las intenciones ocultas de mis adversarios, de que sé perfectamente que aunque verbalmente aduzcan motivaciones altruistas, en el fondo, por más que ellos lo nieguen, desean mantener el control, el poder, la dominación.

Debo lograr enlodar a priori su autoridad moral, para que la gente ni bien escuche su argumentación piense: “ellos dicen estas cosas como pretexto y justificación de alguna superioridad económica o bienestar material”.

En una palabra, ejercitando el discurso marxista, debo acusar a mis enemigos de intentar imponer una superestructura de dominación –en este caso, el Orden Natural– a través del lenguaje: “la palabra sigue siendo privilegio de los mismos grupos de poder”, dijo en La Nación Adriana Amado, el 28 de julio (2).

En efecto, ¿por qué creerles a los defensores “del orden natural”, si en el fondo –como afirma el cassette pro homosexualista– son unos mentirosos que buscan mantener sus cómodos privilegios económicos, sus autoritarias estructuras de poder?. Y si ellos negaran tales motivaciones, ¿puede esperarse que los mentirosos digan la verdad?.

“Si un hombre dice (por ejemplo) que los hombres conspiran contra él, no se le puede discutir más que diciendo que todos los hombres niegan ser conspiradores; que es exactamente lo que harían los conspiradores” (3).

He aquí la fabulosa petición de principio, punto de encuentro de víctimas y victimarios. Chesterton la calificaba de locura. Y por eso no proponía “discutirla” como una herejía, sino “quebrarla” como un encantamiento: “Curar a un hombre no es discutir con un filósofo, es arrojar un demonio”.

El activismo pro homosexual pretende embarrar la causa de la Verdad. Permanentemente lucubra hipótesis respecto a las intenciones personales de sus adversarios. Sus cuadros son especialistas en convertir en odiosas todas las cosas buenas: las enlodan mirándolas según su propia mediocridad.

La pequeñez más lacerante que padece esta ideología es no alcanzar a aceptar la posibilidad del desinterés, del altruismo y heroísmo, imitando la posición sartreana que no veía en el amor sino un disfraz del masoquismo o bien del sadomasoquismo.

Si Sartre sospecha del amor y busca mancharlo, los ideólogos actuales –con la misma pervertida mentalidad– convierten en odioso el Orden Natural, rociándolo con sus envenenadas palabras, a fin de impedir que los bienintencionados descubran la realidad de las cosas.

En algo tienen razón estos sofistas: el lenguaje discrimina. El lenguaje –el verdadero, el que ellos pretenden empobrecer y derrumbar– efectivamente discrimina. Distingue. Diferencia. Demarca. Separa. Divide. Y si su objetivo es confundir, un lenguaje que discrimina no les conviene.

Una manzana no es una pera. Matar en defensa propia no es asesinar. Cobrar un impuesto justo no es un robo. Y un matrimonio no es entre personas del mismo sexo.

Pero, ¿cómo desarticular la acusación según la cual nosotros consideramos a la homosexualidad como enfermedad, como antinaturaleza, movidos exclusivamente por turbulentos intereses económicos?. ¿Cómo probar que no estamos interesados en mantener ninguna estructura de poder al defender la Verdad?.


Se prueba observando una realidad

Hoy el poder lo tienen ellos. Por eso tuvieron el poder como para pedir en octubre del 2009 el relevo del Presidente de la Asamblea General de la ONU, Alí Abdussalam Treki, que se manifestó contrario a la promoción de su ideología (4); por eso tienen el poder para remover un video de “Youtube” donde podía verse cómo un sacerdote de 84 años era detenido por la policía mientras portaba una cruz, al mismo tiempo que los activistas “pro gay” incurrían en los comportamientos propios de los endemoniados, insultando y befando al Santo Padre y a la Iglesia, sin recibir la más mínima sanción (5); por eso cuentan con el apoyo incondicional del gigante informático IBM; por eso presionaron –y lo obtuvieron– a la Real Academia Española para cambiar los significados de su diccionario, puesto que los consideraban “anacrónicos y discriminatorios” (6).

Pues bien, así trabaja el activismo pro homosexualista: para derribar una supuesta superestructura de dominación, erige la propia.

Vivir en el seno de la contradicción no es sino tomar a la hipocresía como método. El colmo de ésta es acusar al adversario de lo que en los hechos uno mismo realiza.


En el principio era el Logos (Jn. 1,1)

La ideología pro homosexualista odia el Logos y lo combate. Como no puede vencerlo en sí mismo, lo vulnera en su imagen: el intelecto humano.

La guerra al logos participado es la continuación de la guerra al Logos Imparticipado. Nos están colonizando con palabras. Y no nos damos cuenta. Por eso el 22 de julio de 2010, al publicar en el Boletín Oficial la modificación del Código Civil a efectos de legalizar el “matrimonio” homosexual, Cristina Fernández de Kirchner afirmó: “no hemos promulgado una ley, hemos promulgado una construcción social”.

Pero los sofistas modernos tienen un punto débil. Terrible y mortal para ellos, si nos damos cuenta: su supremo interés por eliminar estas palabras nos indica cuál es el principal elemento a defender. Lo que más desean, eso es lo que nosotros debemos primero custodiar. Lo que ellos desean prohibir es exactamente lo que tenemos que hacer.


Donde está la solución, está el peligro

Ordinariamente vemos únicamente el peligro, la persecución, el odio furibundo de estos embaucadores; sin advertir que la virulencia con que ellos nos replican no es sino el disfraz de su propio temor a ser desenmascarados. Este peligro que nos acecha al mencionar las palabras que precisamente ellos desean omitir, no es sino el enrejado que recubre y protege la solución. Su debilidad.

Y si nosotros nos hacemos de la solución, ellos están perdidos.

¿Y cuál es?.


La solución es la palabra. La verdadera

Pronunciemos la palabra que juzga metafísicamente, con criterios absolutos: la palabra que no se apoya en construcciones históricas convencionales, ni en modas pasajeras. La palabra que refleja el ser, no su interpretación; la palabra que permanece, no la que evoluciona; la palabra que define, no la que halaga o confunde.

Dejemos de naufragar en los accidentes –objeto de la Sofística– y afirmemos lo esencial, la definición de las cosas, el numen, el arquetipo.

La solución última es la palabra en tanto vehículo de realidades metafísicas, por encima del cambio, independiente de los horizontes culturales, de los puntos de vista. Y esta palabra no puede ser sino el reflejo de la Palabra, Dios mismo. Por eso Ernest Hello ha dicho magníficamente:

“Afirmar es el acto inicial de la palabra. Todo verbo contiene el verbo ser. Toda palabra tiene a Dios por sostén. El que es, es el fundamento del discurso” (7).


La cruz permanece mientras el mundo cambia

En el crucifijo yace –aunque el laicismo en Europa pretenda retirarlo– el Crucificado, Logos Eterno y Verbo Increado del Padre: Nuestro Señor Jesucristo. Testigo Supremo de lo que no cambia en un mundo que cambia constantemente.





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Notas:
(1) Enrique Díaz Araujo. La Rebelión de la Nada o los ideólogos de la subversión cultural, Cruz y Fierro, Buenos Aires, 1984, págs. 202-203.
(3) Chesterton. Ortodoxia, Excelsa, Buenos Aires, 1943, págs. 26-27.
(7) Ernest Hello. Palabras de Dios. Reflexiones sobre algunos textos sagrados, Difusión, Buenos Aires, pág. 92.


Fuente: Catholic.net




viernes, 13 de agosto de 2010

Las escritoras católicas agradecen a la senadora Liliana Negre

Las escritoras católicas agradecen a la senadora Liliana Negre


Buenos Aires, 11 Ago. 10 (AICA).- La Asociación de Escritoras y Publicitas Católicas (ASESCA) visitó a la senadora nacional doctora Liliana Teresita Negre de Alonso, para entregarle una carta en la que la institución le expresa el reconocimiento de las escritoras católicas de la Argentina, por su compromiso en la causa de la defensa de la familia natural, dolorosamente avasallada por la llamada Ley del “Matrimonio Igualitario”, que suprime la condición heterosexual en quienes aspiran a casarse. La nota, con fecha 3 de agosto de 2010, lleva las firmas de María Marta Solveyra de Pinasco y Rita Barros Uriburu de Sverdlik, presidenta y vicepresidenta respectivamente de ASESCA.


El texto de la carta es el siguiente:

“Estimada senadora: La Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas (ASESCA) se comunica con usted para hacerle llegar nuestro reconocimiento por su compromiso y entrega en la causa de la defensa de la familia natural, dolorosamente avasallada por la llamada Ley del Matrimonio Igualitario que suprime la condición heterosexual en quienes aspiran a casarse.

“Defender al Matrimonio, como institución de bien público, en sus características de heterosexualidad y monogamia, no es discriminar, sino preservarla de su desfiguración, cuyas consecuencias afectan al Bien Común. Es la heterosexualidad una condición excluyente para la preservación de la especie humana, no hay en esto una argucia argumentativa, sino reconocer aquello que la realidad confirma.

“Lo lamentable del caso es que la noche de la votación, la mayoría de los señores legisladores hizo oídos sordos a argumentos de peso científico y jurídico para ceder, en no pocos casos, a una desvergonzada presión política y mediática, que anuló la libre determinación de quienes tienen la responsabilidad de legislar, en base al principio jurídico de dar a cada cual lo que en justicia le corresponde.

“No bastaron las multitudinarias manifestaciones de la ciudadanía que, sin la necesidad de pagas denigrantes, se concentraron en plazas públicas de numerosas provincias para defender un estilo de vida basado en claros principios como la unión matrimonial entre hombre y mujer y el derecho de los niños a tener madre y padre.

“Se esgrimieron argumentos de toda índole para lograr arrancar del Derecho de Familia a las figuras de hombre y mujer, de madre y de padre y toda mención que aluda a una innegable condición sexual de la persona humana. Estas figuras dan identidad y especifican las relaciones humanas que, desde el seno familiar, ubican a la persona frente a sí misma y en el mundo. Pero no es la ideología la que regula las normas que rigen la conducta sexual, sino la naturaleza. Y es la naturaleza la que configura el único modelo de familia que beneficia al ser humano y a la sociedad y este es el basado en la unión matrimonial entre un varón y una mujer.

“Señora senadora, usted nos dio a todos una clase magistral de cómo deben desempeñarse quienes tienen la responsabilidad de legislar para toda la ciudadanía. Más allá del resultado de su gestión, puede estar satisfecha del deber cumplido. A nosotros, como sociedad, nos queda la obligación de rever por qué llegamos a esta situación. Deberemos plantearnos la necesidad de elegir candidatos valientes y con principios para que no se dobleguen ante la presión de intereses espurios, como lo acabamos de vivir.

“Sabiendo que cuenta con nuestra estima, reciba nuestros más cordiales saludos”.



miércoles, 11 de agosto de 2010

Peligros de los siete mares - Hugo Wast

Peligros de los siete mares
Hugo Wast


Todo sacerdote joven me parece un buque que parte por primera vez hacia alta mar.

Todo sacerdote viejo me parece un buque que va llegando al puerto.

Me he cruzado en el mar, en uno de los siete mares del mundo, con dos buques, uno viejo y otro nuevo.

No sé por qué razones siempre que veo un buque viejo me pongo a imaginar las aventuras, los peligros, las tormentas que ha pasado; y delante de uno nuevo, todo lo que le aguarda.

Me he cruzado con dos, el uno viejo y el otro nuevo.

El viejo iba llegando al puerto, con su casco despintado, sus velas en jirones, sus masteleros en astillas, pero con su proa tajante y su timón obediente y firme, de modo que se mantenía en la buena ruta.

El otro recién botado al agua, navegaba hacia alta mar, relumbrante, con su arboladura nueva, sus cuerdas blancas, sus velas sonoras y al viento, que le daba en el costado. El agua hervía en espuma, bajo su quilla que abría un profundo surco en las olas.

Todo le sonreía, el sol, el cielo, la brisa, que cantaba en sus obenques, las ligeras nubes que le daban sombra, los delfines que danzaban a su alrededor y las gaviotas que se posaban en sus jarcias. Y él avanzaba libre y ufano, hacia los misterios del primero de los siete mares, seguro de sus lonas, de sus maderas y de sus forros de cobre y de su timón nuevo.

Y yo rogué por él, que antes de llegar al puerto tenía que humillar la soberbia en el Atlántico, cerrar los ojos y oídos a los espejismos y a los cantos de las sirenas en el Mediterráneo; dominar la ira en el Rojo; sobreponerse a la gula en el Índico; desafiar los tifones de la envidia en el Mar de la China; despreciar las mordeduras de la avaricia en el Pacífico; luchar contra el frío del alma en el Ártico; y vencer la pereza en el Mar de Sargazos, que más que un mar es la plaga de todos los mares.

Cuando veo un sacerdote viejo, deslucido en su traje y en su palabra, distraído como quien tiene el corazón en otra parte, sordo a los rumores de la tierra y atento a las voces que le hablan en sueños como a Samuel, pienso que invita a cantar un Te Deum, porque es un navío que ha pasado ya las tormentas de los siete mares.

Cuando veo uno joven, que emprende su periplo, impaciente de surcar los océanos, con demasiada confianza en la altura de sus mástiles y en lo pulido de sus cascos y en la gallardía de sus lonas; que mira poco el cielo para orientar su rumbo y mucho las máquinas que fabrican los hombres, tengo miedo por él.

Y más si es artista; y mucho más si es elocuente; y muchísimo más si es ingenuo y ama el ruido, y cree que le falta tiempo y puede dejar hoy esta rúbrica, mañana este rezo, después esta meditación, ser impuntual en la hora de su Misa; ser distraído en su breviario.

¡Ay! ¡Cuántos mares y cuántos escollos delante de su proa y qué lejos el puerto!

Llegará, sin duda, si deja de mirar la brújula de los hombres y levanta el corazón hasta la Estrella de la Mañana.

Llamamos así a la Virgen, pero es también una de las más preciosas advocaciones de Jesús, que dice de Sí Mismo en el último capítulo del Apocalipsis: “Yo Soy Jesús, la espléndida y luminosa Estrella de la Mañana”.


Fuentes: "Navega hacia alta mar" de Hugo Wast / La Buhardilla de Jerónimo



martes, 10 de agosto de 2010

Clausura de la XXII Exposición del Libro Católico

Clausura de la XXII Exposición del Libro Católico


Buenos Aires, 9 Ago. 10 (AICA).- Contrariamente a lo que se había programado, este domingo 9 de agosto el cardenal Jorge Mario Bergoglio no pudo presidir, como lo viene haciendo desde hace varios años, la misa de clausura de la XXII Exposición del Libro Católico, que durante 14 días permitió a un numeroso público recorrer la muestra con más de 10.000 volúmenes de un centenar de editoriales, expuestos en forma temática. En su lugar lo hizo el obispo castrense emérito, monseñor Antonio Baseotto C.SS.R.

Esta vez la muestra fue en adhesión a la celebración del Bicentenario de la Patria y llevó por lema “El buen libro, al servicio de una Patria de hermanos”.

La celebración eucarística, en la capilla Santa Teresita de la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas, fue concelebrada por el presbítero César Salvador Sturba, asesor jurídico eclesiástico y miembro de la comisión para las Causas de los Santos del arzobispado de Buenos Aires, y un sacerdote perteneciente a la Congregación Legionarios de Cristo. Durante la celebración, el presbítero Francisco Delamer atendió confesiones.

Durante la misa se recordó a las personas fallecidas que colaboraron con esta exposición: el cardenal Antonio Quarracino, el padre Cayetano Bruno SDB, monseñor Manuel Menéndez, el presbítero Ramón Pratt, monseñor Octavio Nicolás Derisi, monseñor Juan Carlos Ruta, el padre Marcos Pizzariello SJ, Cayetano Licciardo, Carmelo Eugenio Palumbo, Juan Manuel Fontenla, Juan Bautista Magaldi, Manuel Schiavoni y la profesora Rita Zungri de Velasco Suárez, entre otros.

En su homilía monseñor Baseotto se refirió al lema de la Exposición de este año: “El buen libro al servicio de una patria de hermanos”. “Es evidente -dijo-, que el lema recoge un desafío, porque la Argentina nació católica, y a ella se aplica con propiedad lo que repetimos en el salmo responsorial: Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia”.

“La vinculación entre el libro católico y el bicentenario de la patria -dijo más adelante- no es accidental: afecta a la identidad propia del pueblo argentino. El buen libro ayuda a perfilar con precisión esa identidad: la ilumina y vigoriza”.



viernes, 6 de agosto de 2010

Presentan libro sobre noviazgo y otro sobre la pena de muerte

Presentan libro sobre noviazgo y otro sobre la pena de muerte


Buenos Aires, 5 Ago. 10 (AICA).- El viernes 6 de agosto, a las 20, en el aula “Cardenal Pironio” en el Centro Diocesano de Estudios y Reflexión (CEDIER) (Pasaje Catedral 1750, Mar del Plata), se presentará el libro “Novios inquietos en camino”.

La iniciativa editorial es de Paulinas y el equipo Hacer Crecer, y será presentado por el presbítero Gustavo Antico, profesor de Filosofía y Teología.

“La propuesta no es sólo para novios, sino para todos aquellos que se preocupan por la familia y buscan hacer crecer las relaciones de parejas en los verdaderos valores de la responsabilidad y el respeto mutuo”, se destaca en la convocatoria.


Informes: (0223) 496-8633
o por correo electrónico secretaria@hacercrecer.org



"La Pena de muerte"

El miércoles 11 de agosto, a las 18, en el Pabellón de Bellas Artes de la Universidad Católica Argentina (UCA), avenida Alicia Moreau de Justo 1300, Puerto Madero, se presentará el libro “La pena de muerte ¿solución o desprecio por la vida”, de monseñor Luis Rivas y equipo.

“¿Es lícito decidir sobre la vida de otros?. ¿Qué sucede cuando se ve amenazado el bien común?. ¿Puede el hombre tomar la decisión de acabar con la vida?”, son algunos de los interrogantes que intenta responder la obra, cuyo objetivo es “ser una contribución para una recta comprensión cristiana de la pena de muerte”.

La apertura estará a cargo del licenciado Marco Gallo, de la Comunidad San Egidio, y disertarán el autor de la obra y los doctores Jonathan Miller y Mariano Bergés. En tanto el cierre será del presbítero Víctor Manuel Fernández, a cargo del Rectorado de la UCA.





martes, 3 de agosto de 2010

ASESCA reivindica a Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast)

ASESCA reivindica a Gustavo Martínez Zuviría
(Hugo Wast)


Buenos Aires, 2 Ago. 10 (AICA).- El día 3 de mayo pasado, en forma injusta y sin fundamento alguno, fue eliminado el nombre de Gustavo Martínez Zuviría de la Hemeroteca (por él fundada) en la Biblioteca Nacional. Con el propósito de reivindicar y desagraviar al novelista católico, conocido mundialmente con el seudónimo de Hugo Wast, la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas Argentinas (ASESCA) envió a AICA para su difusión una nota escrita por una integrante de su comisión directiva, la doctora Inés Futten de Casagne, cuyo texto es el siguiente:


Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962)

“La Argentina ha sido fecunda en afamados escritores; algunos de ellos también han sido grandes escritores.

“Pocos, sin embargo, pueden exhibir una vida en el arte literario, la función pública y el testimonio católico, que se asemeje a la de Gustavo Martínez Zuviría, quien, con la publicación de su novela Flor de Durazno (1911), comienza a ser conocido como Hugo Wast. A la fecha de su muerte, la mayoría de sus obras había merecido decenas de ediciones y traducciones a más de 15 idiomas. Unos 3 millones de ejemplares testimoniaban por entonces la simpatía que principalmente sus novelas despertaban en un público de edades y condiciones muy variadas, en el país y en el mundo. La cifra se incrementa considerablemente con los años, pues su obra sigue editándose en la Argentina y en varios países.

“Su talento de novelista fue premiado con la Medalla de Oro de la Real Academia Española, con el Gran Premio Nacional de Literatura y con el Premio del Ateneo Nacional de nuestro país.

“Su valía de intelectual y escritor, particularmente esmerado en su cuidado de la lengua, se refleja en su acceso a la Academia Argentina de Letras, a la Academia de Bogotá (Colombia) y a la Real Academia Española.

“Otras notables condecoraciones y distinciones atestiguan el aprecio intelectual y humano que despertaba Martínez Zuviría, por sus obras y por la consecuencia de vida e ideas.

“Hondas convicciones políticas y culturales lo llevaron a ocupar diversos cargos públicos en el ámbito nacional y provincial, el más extenso de los cuales fue el de Director de la Biblioteca Nacional, en el que fue nombrado en 1931 y del que sería despojado en 1955. Entre sus aciertos en la Biblioteca, se consigna el haber duplicado los 300.000 ejemplares que había en ella al asumir.

“Sus obras, más de 40 títulos, abarcan todos los géneros literarios. Ensayo, poesía y teatro se cuentan entre sus composiciones. Con todo, será su ágil talento para la composición de caracteres y situaciones en novelas inolvidables, el que le ganará un lugar que no puede ser corregido entre los novelistas que representan al país.

“Desierto de Piedra, Tierra de Jaguares, Myriam la Conspiradora, Año X, El Jinete de Fuego, Valle Negro, Juana Tabor o Las Aventuras de Don Bosco, son apenas algunas de esas creaciones memorables, por las cuales Hugo Wast ha obtenido un puesto en la literatura argentina y en la vida cultural y política del país del que no puede ser exonerado”.


Comunicado del Instituto Hugo Wast

Por su parte, al enterarse del agravio a la memoria del ilustre escritor, el Instituto Hugo Wast difundió el 5 de mayo pasado, el siguiente comunicado:

“Informamos con consternación que el nombre de Gustavo Martínez Zuviría ha sido despojado de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, entidad que nuestro patrono fundó cuando era su director entre 1931 y 1955.

“El anuncio de la medida fue efectuado por el diario Página 12 el viernes pasado (30 de abril) en un artículo escrito por el actual director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y consumado el lunes 3 de mayo. (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-144812-2010-04-29.html)

“Leyendo cuidadosamente su escrito no se puede encontrar una razón concreta en que se fundamente esta medida arbitraria y sin parangón en el ámbito de la cultura. Sí se puede distinguir con claridad la presión a la que este hombre ha sido sometido durante los cinco años de su gestión. Expresa González el reclamo continuo hacia él “de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados —en dos oportunidades—, de importantes intelectuales de nuestro país y del exterior y de instituciones vinculadas con la memoria del Holocausto”.

“Vemos aparecer acá el espíritu anticristiano de quienes no cesan de perseguir «a todo aquello que da verdadero testimonio de Cristo Jesús». No es esta la primera vez que sucede ni será la última.

“Gustavo Martínez Zuviría ha sido condenado y perseguido por haber escrito El Kahal–Oro, bajo el pseudónimo de Hugo Wast, setenta y seis años atrás. Esta novela se basó en las actas de los Kahales judíos de Rusia de finales de 1800 revelados al Zar Nicolás I por el hebreo Jacobo Bronfman. Estas actas llevaban cuenta de una verdadera sociedad secreta paralela y hostil a la sociedad cristiana de esa nación. Pero lo realmente imperdonable en Hugo Wast a los ojos de sus perseguidores consiste en que el protagonista de esta novela, de origen judío, se convierte al catolicismo. De la misma manera que Bronfman se convirtió al cristianismo en la vida real.

“No resiste un análisis serio la acusación de antisemitismo contra Hugo Wast, quien adoró hasta su último día a su Señor y Salvador Jesucristo, hebreo en su naturaleza humana y veneró a su Santísima Madre, la Virgen María, nuestra dulcísima doncella judía y perseveró en su devoción a todos los primeros santos y mártires cristianos, casi todos ellos judíos, que con su celo y su sangre nos transmitieron la fe.

“Hugo Wast no profesaba enemistad hacia los judíos como sus detractores señalan porque esto es inaceptable para un católico sino que combatió a los enemigos de la Iglesia sin temer las consecuencias, porque su fe era fuerte, su amor grande y su coraje admirable.

“Tampoco era «nazi» porque El Kahal–Oro fue prohibido en la Alemania nacional socialista. Toda su obra literaria está impregnada de adoración y alabanza a Jesucristo y sus enseñanzas de amor al prójimo.

“Su acción política se desarrolló en consonancia con esto y fue coronada con la reimplantación de la enseñanza religiosa católica en las escuelas públicas, que eximía a los no creyentes de esta asignatura. El pueblo argentino aprobó en un 94% este mandato, reflejado en las posteriores indagaciones públicas que se hicieron. Esto tampoco se le perdonó.

“Estamos ante un acto injusto, uno de los tantos que se cometen en esta persecución creciente contra todo aquello que sea de Cristo. Hoy vienen a por esto y mañana vendrán a por otras cosas aún más entrañables a nosotros.

“De la misma manera que sucedió en el pasado cuando se le quitó el nombre de Gustavo Martínez Zuviría a esta Hemeroteca, que luego fue repuesto por la decidida intervención de monseñor Héctor Aguer, no aceptamos este nuevo atropello y exigimos la reposición de su nombre.

“La obra y la figura de Hugo Wast son patrimonio de la cultura nacional y por lo tanto no es aceptable que ideologías o intereses sectarios circunstanciales decidan arbitrariamente sobre su destino en desmedro de millones de argentinos consubstanciados con sus ideas”.




lunes, 2 de agosto de 2010

El libro en poder del comerciante - P. Leonardo Castellani

El libro en poder del comerciante
P. Leonardo Castellani


… Ésta es otra de las aberraciones intelectuales que a mi tío el cura lo ponían fuera de sí… ¡El libro en poder del comerciante! …

Quien hace una cosa, es suya. ¿Quién hace un libro?. Primeramente el autor del libro, a veces con pedacitos sanguinolentos de su cerebro y fibrillas vivas de su corazón. Después del autor, el que hace un libro es el impresor, que le da cuerpo material. Terceramente hace el libro el editor, que, prestando su capital, hace posible a los otros dos obreros su obra, a veces trabajando él muy poco. Finalmente entra el librero, el cual lo tiene depositado en su casa y lo va vendiendo. La justicia más obvia pediría, pues, que el producto pecuniario de esa producción cultural fuese de mayor a menor en este orden: al autor, al impresor, al editor, y al librero. ¿Qué pasa?.

Pasa todo al revés. En la Argentina, el librero, cuyas manos sólo barajan el libro, gana el 30 por ciento del precio; el editor el 20 por ciento, el impresor el 10 por ciento, y el miserable autor recibe el 5 por ciento o el 1 por ciento, cuando no le piratean los derechos. Y lo más grave del caso: son el librero y el editor los que deciden principalmente qué libros han de existir, qué libros deben salir, qué libros leerá una nación, ellos que del contenido del libro (de lo que es esencialmente el libro, puesto que un libro puede ser desde un don de Dios hasta una ponzoña y un asesinato) son los que menos pueden juzgar. ¡Oh delicias del liberalismo!. ¡Oh progresos de la civilización!.

Si fuera posible retroceder la historia, darían ganas de volver a aquellos tiempos bárbaros en que Juan Gallo de Andrada tasaba a tres maravedís y medio el pliego de los 83 que tiene el Quijote, el Licenciado Teólogo Francisco Murcia de la Llama certificaba no haber en él erratas notables, y el mismo Rey de Castilla y Emperador de las Indias en persona, habido el dictamen pericial de los dos letrados, daba solemne real cédula permitiendo imprimir y vigilando la venta por diez años del volumen, todo en beneficio de un soldado pobretón y trotamundo, y en beneficio de España, de América y del mundo…

¡Tiempos brutales de teocracia y dictadura, en que los reyes se ocupaban de libros en vez de montar elecciones, y los soldados mataban herejes con una mano y con la otra escribían Quijotes!.


Dirá alguno: -¡y aquí yerra!
“¡pues no fue manco ese autor!”
Y fue manco, sí señor,
pero manco desta tierra.

Oye la lección que encierra
Cervantes en esta hazaña
y espeta al que en torpe maña
franchutea gemebundo:
“que el mejor libro del mundo
lo escribió un manco en España”…



Fuente: “Crítica Literaria”, Leonardo Castellani, 1939



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