Carta descortés del Hermano Cortés al Papa
Bruno Moreno
Comento hoy la carta abierta que escribe el “Hermano Cortés” al Papa Benedicto XVI.
Mis comentarios, como siempre, van en rojo.
…………………………………..
Estimado Su Santidad:
No tengo el gusto de conocerte personalmente, [la gracia de tutear al Papa muestra la falta de la más elemental cortesía, empieza bien el Hermano Cortés] porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte [y claramente tampoco a ser confirmado en la fe, como dice el Evangelio], y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria [sí, para coincidir con el Papa conviene acudir a las iglesias, pero claro, está el agua bendita en la puerta…]. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.
Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula “Curas casados. Historias de fe y ternura", y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.
Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio [Je, je, je. Las palabras de Jesús sobre los célibes por el Reino de los Cielos de Mt 19, 12 deben ser una invención de la comunidad posterior o alguna otra pagolada por el estilo] y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor [los católicos lo llamamos Tradición de la Iglesia]. “El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía". [El viejo truco. “gente normal” = la que piensa como yo. “jerarquía, carcas, movimientos neoconservadores y otras alimañas” = los que creen en la doctrina de la Iglesia].
El libro tampoco es “un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial". De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, [no, digamos las cosas como son, lo que decidieron fue romper la promesa hecha solemnemente de forma pública ante Dios y ante la Iglesia y lo triste es que, en vez de reconocer humildemente su debilidad, intentan justificarlo, aunque para ello tengan que destruir la Iglesia] sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, “animadores de la fe y de las celebraciones” [aquí muestran con toda claridad que han perdido la fe y que no saben nada del sacerdocio, que es un sacramento, un cambio en el propio ser del que se ordena y no un trabajillo como animador]. Demostrar, con los hechos, que “es posible ser cura sin ser clero” [“clero” y “clérigo” hacen referencia a aquellos cuya herencia es el Señor; en ese sentido, hacen muy bien en renunciar a ese nombre, porque su herencia ha dejado de ser el Señor].
A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.
Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que “muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina". Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: “No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción". Convencidos de que: “Nos incumbe como tarea pastoral acumular experiencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general” [Digámoslo una vez más: “presbíteros casados” son los de los ordinariatos anglicanos o los de rito oriental, los autores de este libro lo que son es personas que rompieron la palabra que dieron a Dios y a toda la Iglesia y, encima, se jactan de ello sin la menor vergüenza].
Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental? [pues sí, a todo hay quien gane y hay gente todavía más alejada de la Iglesia y de la verdad que los que han publicado este libro: aquellos que, con la misma falta de fe y el mismo desprecio del celibato continúan en el sacerdocio ocultando su situación].
[…]
La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes [supongo que en el mismo porcentaje que los demás curas, pero había que meter un toquecito de lucha de clases]. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo [este comentario canallesco hace que el autor pierda cualquier posible simpatía por parte de lectores sensatos y/o con un mínimo de educación].
[…]
A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, [claro, hombre, “sed auténticos como yo soy auténtico” dijo el Señor… ah no, dijo “sed santos como yo soy santo”] de sed de justicia [“justicia” en la Escritura significa, ante todo, “santidad”], de fraternidad universal [no, eso es de la Revolución Francesa] que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago [si eso es todo lo que era Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres]. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1) [la Iglesia nunca ha dejado de estarlo, porque lo que soluciona esas angustias y tristezas y la base de esos gozos y esperanzas es Cristo, su Esposo y Señor].
En ese espíritu conciliar [así me gusta, mostrando que lo que defienden no es el Concilio, ni mucho menos su letra, sino ese “espíritu” que definen ellos como les da la gana], “eso de ser ‘segregados del pueblo’ nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos” [je, je, je. Demostración de lo anterior. Dice el Concilio Vaticano II: “los Presbíteros del Nuevo Testamento en cierto modo son segregados del seno del Pueblo de Dios”. Hay que agradecerles que demuestren que odian al verdadero Concilio]. Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros [si tu vida es exactamente igual a la de los demás, ¿qué buena noticia les vas a transmitir? Para poder dar algo que los demás no tienen es necesario tener algo que los demás no tienen]. Porque “no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito” [es que los sacerdotes no son profesionales de la religión, sino consagrados a Dios y ungidos por él, pero está claro que no hay que esperar categorías cristianas en esta carta, que han sido sustituidas por ideología politica], y porque “un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización [qué pena] social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad".
[…]
En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos [je, je, je] y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena [claramente, no han entendido nada; la consagración a Dios es dedicarse al mayor amor que hay y abrir el corazón a todos los hombres]. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería [increíble ignorancia de confundir la soltería con el celibato]. Porque, como se dice en el libro, “El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado". Y se insiste en que “No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato” [De eso nada. Muestran que no entienden en lo más mínimo lo que es el celibato por el Reino de los Cielos y muestran que piensan que el sacerdocio es algo así como un derecho, sin darse cuenta de que está al servicio de la Iglesia, que es quien discierne la vocación].
En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, “el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad". De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco [pero, ¿el Hermano Cortés lee lo que escribe? ¿Y cuando al casado se le cruza otra mujer? ¿También es esa “celestina celestial” y el enamoramiento “deja de ser una traición” convirtiéndose en una “maravillosa posibilidad”. Basura].
En general, sabéis poco y mal de las mujeres. ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente “Susan", y no Su Santidad…! [el tonteriómetro acaba de explotar] Pero me estoy desviando: volvamos al libro.
[Censurado por grosero] el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: “Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia". Y “¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?” [pues igual que el casado que “amando menos” a su secretaria “ama más” a su mujer].
Está claro que “quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar” [je, je. Pues si no hay clérigos y laicos ¿qué sentido tiene un movimiento de curas casados? Me temo que, después de perder la fe, lo único que han conservado es el clericalismo]. En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico [siempre hay que mencionarlo, porque queda muy legalista], pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia [otro eufemismo, donde debería decir “la camarilla de amiguetes del cura”]: decidimos “vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos", y sin “reducirse al estado laical", expresión que ofende también a los laicos.
Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia [si el sacrilegio, la herejía, la contumacia en la desobediencia y, generalmente, la excomunión no son romper con la Iglesia no sé lo que son].
[…]
El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que “dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial” y cuyo tino fue “saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (…) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo” [por eso crearon un movimiento cuya única definición es, precisamente, el clericalismo de sus miembros, que lo mantienen después de haber perdido todo lo demás].
[…]
“La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida” [cierto, aunque me temo que estos curas casados son el mejor ejemplo de esa concepción], dice uno; porque “tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización” [cierto, por desgracia, aunque es triste que la solución que proponen sea dejar que el mundo nos evangelice con su ideología en lugar de evangelizar].
[…]
Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.
[…]
Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro ("parresía", lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años ("Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes"; uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados… Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. “Rozando la tercera edad, nosotros seguimos” [pues sí, así es, siguen anclados en lo que fue “moderno” hace cincuenta años, sin darse cuenta de que era una moda que pasó, como todas las modas y de que se han convertido en lo que tanto criticaban: en reliquias de un pasado oscurantista].
[Borramos los insultos directos al Papa]
Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia [en esto estamos de acuerdo, es posible otra iglesia (con minúscula claro, porque será de mentirijillas); de hecho, hay muchas ya, se llaman luteranos, calvinistas, adventistas, mormones, episcopalianos… y algunas de ellas serían perfectas para este caso, porque no piden creer en nada].
Un abrazo, Santidad (o “Santi", si lo prefieres). [Cuando se unen la falta de juicio, con la suficiencia y el mal gusto, los resultados son evidentes]
* * *
Si desea conocer algo de las "viñetas" que dibuja este señor, haga click en el siguiente enlace:
No hay comentarios:
Publicar un comentario